"La dificultad no debe ser un motivo para desistir sino un estímulo para continuar"

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Análisis del soneto de Francisco de Aldana El ímpetu cruel de mi destino

ANÁLISIS DEL SONETO DE FRANCISCO DE ALDANA EL ÍMPETU CRUEL DE MI DESTINO El ímpetu cruel de mi destino ¡cómo me arroja miserablemente de tierra en tierra,[1] de una en otra gente, cerrando a mi quietud siempre el camino! ¡Oh si tras tanto mal grave y contino, roto su velo[2] mísero y doliente, el alma, con un vuelo diligente, volviese a la región[3] de donde vino! Iríame por el cielo en compañía del alma de algún caro y dulce amigo,[4] con quien hice común acá mi suerte. ¡Oh qué montón de cosas le diría, cuáles y cuántas, sin temer castigo de fortuna, de amor, de tiempo y muerte![5] [1] Este mismo concepto del hombre que es arrojado por el destino a su suerte, vagando de un sitio a otro como un peregrino, lo expresó en otros poemas; así, dice en el soneto titulado RECONOCIMIENTO DE LA VANIDAD DEL MUNDO: tras tanto acá y allá, yendo y viniendo/ cual sin aliento, inútil peregrino… [2] Se refiere al cuerpo que, como un velo, cubre y oscurece el alma. [3] Esta región alude al Pleroma, lugar en donde Platón situaba el alma, conocedora de sí misma. Cuando ésta se encarnaba, olvidaba entonces su origen primero y se enajenaba. [4] Es un tópico literario desde Dante: el poeta contempla el infierno acompañado por Virgilio y el cielo, por Beatriz. En este caso, Aldana desea ir por el cielo en compañía de algún compañero, probablemente de armas, con quien ha compartido muchas penalidades. [5] En el último verso del soneto, recolecta Aldana los motivos de su queja: la inconstancia de la fortuna, los desvaríos del amor, la mudanza del tiempo y la firmeza de la muerte. En el soneto ya mencionado, RECONOCIMIENTO DE LA VANIDAD DEL MUNDO, afirma que la paga del mundo es la muerte y el olvido; y que el querer se ha poner en Dios, que es el premio de lo servido: hallo, en fin, que ser muerto en la memoria/ del mundo es lo mejor que en él se esconde,/ pues es la paga de él muerte y olvido./ Y en un rincón vivir con la victoria/ de sí, puesto el querer tan sólo adonde/ es premio el mismo Dios de lo servido.

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